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miércoles, 29 de marzo de 2017

'Carros de fuego': Corriendo hacia la gloria

"Yo creo que Dios me hizo con un propósito. Él me hizo rápido...para complacerle".




Entre lo divino y lo humano, Hugh Hudson debutaba en la dirección allá por 1981 con una película, hoy, legendaria: Carros de fuego. Basada en hechos reales, el filme recrea el periplo del equipo británico de atletismo antes, durante y, minimamente, después de aquellos míticos Juegos Olímpicos de París de 1924.

Y especialmente, Hudson, como el magnífico guión de Colin Wlland, centra el foco en Harold Abrahams (Ben Cross) y Eric Lidell (Ian Charleson). Dos mundos, dos vidas, dos personalidades opuestas, paralelas y con un mismo objetivo: alcanzar la gloria gracias a sus piernas y pundonor.

Pero el camino a ese Olimpo reservado solo para unos pocos también difiere mucho. Y es que Abrahams, de familia judía, se siente como un extranjero en su propio país. Esa sensación, esos temores al sentirse distinto, le construyen la coraza que le protegen de su entorno. Continuamente tiene que demostrarse y demostrar que es más de lo que ven. Por ello encuentra en el atletismo, en la prueba de 100 metros, en sus piernas, la vía de escape al prejuicio. Representa la cultura del esfuerzo, del tesón y el entrenamiento. Y se rodea del mejor entrenador del momento, en contra de las reglas establecidas -maravilloso personaje el de Ian Holm- para lograr su cometido y mirar al resto, por primera vez en su vida, desde el púlpito reservado a los elegidos.

'Carros de Fuego'

Por contra Lidell ha nacido con el don reservado a unos pocos. Es consciente de esa divinidad y vive conforme a ello. Viene de familia recta, cristianos misioneros en China, con todo lo que ello conlleva. Las capacidades para el deporte le son innatas y no necesita entrenarlas, al contrario que Abrahams. Porque esa energía la lleva dentro. Es suya. Y pese a su fama, siempre fue humilde, excepcional y cercano en el trato. Imposible no sentir admiración por Lidell.

Esas fuertes convicciones son puestas a prueba, en la película, en la prueba de 100 metros. Carros de fuego nos muestra como Lidell se niega a correrla por disputarse en domingo. Día en el que el Creador descansó. Y a él le debe todo, como resume la frase del principio. Por eso en la prueba de 400, cuando parecía extenuado, Lidell sacó todo su potencial divino, extraterrenal, con su peculiar forma de inclinar hacia atrás el cuerpo y convertirse en el hijo del viento.

La historia de una amistad divina

Carros de fuego, pues, contrapone el talento y el esfuerzo en un mismo tablero. Pero a pesar de estar enfrentados, el texto de Welland le da la vuelta y convierte la historia en una epopeya sobre la amistad entre diferentes, la convivencia perfecta de personalidades distintas unidas por el deporte. Unidas por el atletismo.

No hay mayor triunfo que el respeto mutuo de quienes son contrincantes por naturaleza. El atletismo, entre otros deportes, va más allá de la rivalidad por conquistar una medalla. Es un encuentro con uno mismo, con esa parte espiritual que nos hace romper barreras, ampliar horizontes y conocer partes del cuerpo y la mente que nos eran desconocidas. Cuando todo eso se revela mientras las piernas corren, a veces movidas por un impulso sobrehumano, una sensación indescriptible sacude todo el cuerpo.


Y el reencuentro con uno mismo es también la competición y a la vez admiración por el compañero que corre al lado. El respeto al adversario que acaba siendo el mejor amigo. Una explosión de energía colectiva que, en el caso de Carros de fuego, queda inmortalizada en la playa. Más aún con ese fondo musical. La poderosa banda sonora de Evangelos Odysseas Papathanassiou, más conocido como Vangelis.

En una película ambientada en los años veinte, lo último que se espera uno son esas notas electrizantes que sirven de impulso a esta escena principal. No en vano, la música de Vangelis no es solo la banda sonora de Carros de Fuego, sino que lo fue y será, a partir de entonces, de los Juegos Olímpicos.

Más allá de la rivalidad está la amistad y el respeto al contrario

Por ello la película de Hudson es tan valiosa. Tanto por su componente material como lo que representa su mensaje. Y no podía ser más portentosa salvo por las sobresalientes interpretaciones de un reparto encabezado por Ben Cross e Ian Charleson. Espléndidos en sus recreaciones. Emotivos y conmovedores en cada plano. Ya sea juntos o por separado. Y secundando sus talentosas interpretaciones, un puñado de actores británicos a los que se les reserva un pedacito de esa gloria.

Así quedó reconocido en los Oscar de 1981, donde película y guión fueron galardonadas con la estatuilla dorada. Además, se convirtió en una de esas pocas óperas primas triunfadoras en los premios de la Academia. Una bonita metáfora de la historia que narraba Carros de fuego. Divina y terrenal, una película para la posteridad.


Ficha Técnica


Título original: Chariots of Fire

Año: 1981

Duración: 123 min.

País: Reino Unido Reino Unido

Director: Hugh Hudson

Guion: Colin Welland

Música: Vangelis

Fotografía: David Watkin

Reparto: Ben Cross, Ian Charleson, Nigel Havers, Cheryl Campbell,  Alice Krige, Ian Holm, John Gielgud,  Lindsay Anderson, Brad Davis, Dennis Christopher, Nigel Davenport, Peter Egan, Patrick Magee, Kenneth Branagh, Michael Lonsdale

Premios: 1981: 4 Oscars: Película, guión original, bso, vestuario. 7 nominaciones
                1981: Globos de oro: Mejor película extranjera
                1981: Premios BAFTA: Mejor película, interpret. reparto (Holm) y vestuario. 11 nom.
                1981: Sindicato de Directores (DGA): Nominada a Mejor director
                1981: Festival de Toronto: Mejor película (Premio del Público)
                1981: National Board of Review: Mejor película (ex-aequo)
                1981: Círculo de críticos de Nueva York: Mejor fotografía.

Puntuación: 10/10

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