La profesión de periodista siempre ha estado denostada. Y eso desde que los poderosos se enteraron que la información es poder. Desde entonces han infiltrado a sus esbirros en los medios de comunicación, actuando como intoxicadores oficiales del establishment con el disfraza de periodista.
El Periodismo no lo ejercen los voceros y correveidiles de las élites. El periodista como tal, el auténtico, que persigue la verdad o veracidad de sus informaciones hasta el infinito y más allá, está hecho de otra pasta. Siempre trabajando más en la trastienda del poder que para el poder. Por eso desconfíen de esos que a diario llenan las tertulias de televisión, manipulando a la masa al antojo de un grupo o persona interesada. Esos son de todo, menos periodistas.
A menudo el cine se ha aproximado a esta temática, creando un género cinematográfico propio, con auténticas obras maestras. Y si alguien desea saber más sobre esto, el recomiendo el libro 'Las cien mejores películas sobre Periodismo', de mi admirado David Felipe Arranz. Porque yo hoy vengo a hablar de la última declaración de amor del séptimo arte al Periodismo de verdad, y que firma otro genio como Wes Anderson, bajo el título 'The French Dispatch', o 'La crónica francesa', como se ha bautizado en España.