Hace unos días, Martin Scorsese visitaba nuestro país para dar una charla en la Academia de Cine en Madrid y promocionar, de paso, su último trabajo: Killers of Flower Moon. Los presentes en dicho acto, todos ellos unos privilegiados por compartir espacio con el gran cineasta neoyorkino, pudieron disfrutar de su sabiduría, su amor por el cine, que se desprende en cada acto en el que participa y sus ganas de seguir trabajando -un regalo para todos aquellos que gozaos con esto del séptimo arte-.
Porque, aunque entendemos en cine como entretenimiento en primer lugar, seguido de su vertiente artística, cuando hablamos de determinados autores, la palabra arte se sitúa por delante. Es el caso de Scorsese. Quizá para el gran público, el octogenario director estará ligado al mundo de la mafia en la gran pantalla. Es posible que su gran título, aquel que se nos viene a la cabeza en primer lugar sea Uno de los nuestros, pero todas y cada una de sus películas son acontecimientos para disfrutarlos frente a la pantalla.
Terminado el contexto, y declarando que quizá el bueno de Martin sea mi director favorito, me veo en la necesidad de confesar un pecado cinéfilo: no había visto La edad de la inocencia. Era de esos filmes que me faltaban por ver junto con The last Waltz y El aviador. En parte por hacer como el que disfruta de un buen vino, que deja alguna de las botellas de las mejores bodegas para ocasiones especiales o para tener algo bueno que echar en la copa en un futuro cercano, aún no había disfrutado de esos trabajos de Scorsese.